Coaching Relacional: Descubrirse para Cambiar
“El verdadero viaje del descubrimiento
no consiste en buscar nuevos territorios,
sino en tener nuevos ojos”.
Marcel Proust
Si bien existe una gran cantidad de aproximaciones al coaching todas tienen, a lo menos, un foco en común, el establecimiento de un diálogo con el otro que facilite sus cambios y apoye el logro de sus objetivos, tanto personales como laborales.
Se busca con el otro lograr mayor flexibilidad, autoconsciencia y competencia personal, apuntando a un aprendizaje continuo e innovador.
Sin embargo, escasas aproximaciones se hacen cargo de cómo se produce dicho proceso y cuál es la dinámica de cambio que se genera.
Por lo tanto, el objetivo central de este artículo es exponer los hallazgos en torno al desarrollo de una nueva concepción en coaching, desde una perspectiva morfogenética del comportamiento humano –es decir, considerando factores no genéticos que intervienen en la determinación del desarrollo humano- con fuerte apoyo en la psicología, la neurociencia y la filosofía.
Desde esta mirada, lo abordamos como un proceso sistémico que busca hacer posibles cambios en las personas, basado en el diálogo sobre la propia experiencia y contexto, integrando, en orden de prelación, aspectos corporales, emocionales, cognitivos y de acción.
La relación se constituye en un encuentro consciente entre dos personas que se legitiman experimentándose mutuamente en el proceso de cambio.
En la perspectiva del coaching relacional, la realidad no es objetiva ni externa, sino ligada a cada persona y a su experiencia de estar en el mundo enactivamente.
Vale decir, de un modo dinámico y dialéctico en el entender cómo las personas se constituyen en su calidad de actores en un medio siempre cambiante, desde el cual “traen a la mano” mundos posibles de significado personal e interpersonal. Esto ocurre al margen de si los juicios son correctos o incorrectos; pero no, si éstos son falsos o incoherentes.
En la relación de coaching es fundamental considerar al otro, siempre con respeto y consideración, como un potencial “Tú”, en un diálogo auténtico y bi-empático. Es siempre una relación de reciprocidad, lo que implica una disposición al aprendizaje y a la trasformación mutua.
Por lo tanto, es preciso motivar a las personas al cambio intencionado, centrado en sus propias capacidades para tomar decisiones.
Autorreguladamente, el cambio ocurre a través de un proceso donde se de-construyen (trabajan) los hábitos y se construyen nuevas posibilidades de acción y de cambio, para lo cual es fundamental una relación de escucha y apoyo permanente entre los interlocutores.
Desde lo teórico, esta propuesta se ha visto enriquecida por diversas contribuciones afines entre sí, que provienen de la perspectiva relacional y dialógica de Martín Buber; la perspectiva psicodramática de Jacob Moreno y Dalmiro Bustos; la perspectiva cognitivo-conductual-humanista de Anthony Grant y Dianne Stober; y la perspectiva de la enacción de Francisco Varela.
Esta combinación de aportes es lo que comprendemos integralmente, con todas sus posibles relaciones, como nuestro coaching relacional.
El “Yo-Tú” es la relación más trascendente, ya que es directa, en la que todo medio es un obstáculo y al suprimirlo acontece el encuentro.
Esta relación tiene trascendencia en la forma de ver a los demás: el otro ya no es una cosa entre las cosas, ni se compone de éstas, sino un compañero en un proceso vital al entrar en relación uno frente al otro y al desplegarse acontece el diálogo.
El diálogo es un acontecimiento de sentido, sentido que se haya en lo que hay entre ambos. El yo es real por su participación en la realidad. La realidad es siempre efectividad, siempre acontece, siempre hay un logro: conmigo, con mi decisión, con mi obra y depende de aquello.
El vivir en relación otorga libertad, que es querer algo con reciprocidad, al ser libre el ser humano se vuelve creativo.
En síntesis, el cuerpo es predisposición para la acción y toda acción genera dinámicas fisiológicas, lo que quiere decir que la capacidad de acción no sólo depende de nuestras reflexiones, sino de una disposición corporal, energética y emocional.
El cuerpo constituye un contexto vivenciado, “sin palabras”, pero no por ello mudo, sino cifrado en un vínculo y una trayectoria. El cuerpo pone límite a las posibilidades de realización en el mundo; tiene memoria y también es lenguaje.
Lo emocional, sería justamente la disposición corporal a la acción; vale decir, la perspectiva encarnada frente a una determinada situación. Entonces lo corporal lo entendemos como la dimensión precognitiva, desde la cual, la persona se dispone corporalmente ante un contexto situacional.
De hecho, es impresionante como un estado emocional dispone a lo que se percibe, aquello que es relevante de la situación. Entonces, lo emocional estaría a la base del “sentido común”, en contraposición a una postura lógica.
En este contexto es preciso recuperar la espontaneidad como respuesta adecuada a una situación o respuesta nueva a una situación vieja. Sin espontaneidad no hay posibilidad de creatividad porque la espontaneidad es el catalizador de la creatividad, entendida como capacidad de todo ser humano de desarrollar conductas corporales, emocionales y cognitivas de modo único, con adecuación al entorno social, sin interferencia de relaciones de anticipación en este proceso.
Los procesos cognitivos son emergentes, la cognición no es la representación de un mundo predado, por una mente predada, sino más bien la puesta en obra de un mundo y una mente, a partir de una historia de la variedad de acciones que un ser realiza en el mundo.
Además, en una lógica integrativa el ser humano cambia en la medida que es capaz de de-construir sus hábitos y reconstruirlos, en un proceso de toma de decisiones que implica hacer un balance, entre aspectos contraproducentes y aspectos facilitadores de la construcción de acciones positivas en una dinámica sistémica y generativa.
Desde distintas fuentes se ha determinado que nuestra experiencia es discontinua. Surgen momentos de consciencia que se van superponiendo los unos a los otros, dando la ilusión de una continuidad; cada momento parece permanente y se esfuma para ser reemplazado por el momento siguiente.
De esta forma, nos encontramos en una tensión entre continuidad y discontinuidad; por un lado, nos percibimos como sujetos en permanente y continua vinculación con el medio y, por otra, vemos cómo este medio cambia, sin darnos cuenta tal vez de que nuestra consciencia varía y fluctúa de manera discontinua.
El enfoque del coaching relacional se aproxima a estas metodologías en el sentido de su propósito; vale decir, busca comprender como se construye la realidad de la situación a enfrentar; en este camino, busca el reporte de primera persona desde el Tú y estructura un método para dar cuenta de los hechos “reales”.
En el coaching relacional, el aprendizaje o el cambio se producen en el ámbito de la dinámica entre la estructura personal y la estructura del contexto, más específicamente, en la dinámica que se establece entre el rol y su complementario en un contexto vincular específico.
Es en el espacio del juego de roles, de los ensayos y errores, un espacio de contención que el aprendiz puede ensayar diferentes alternativas de comportamiento y evaluar su desempeño y el impacto que sus actos tienen en él, así, puede explorar sus recursos, conocer sus dificultades y buscar soluciones alternativas que lo hacen crecer.
La meta de todo el proceso es “encarnar la realidad”, es decir, dar cuenta de la realidad personificada y con ello, lograr “explicar” la consciencia. Encarnar significa también representar a un personaje que aprende de la realidad y que en primera persona busca dar cuenta de cómo se le hace real la realidad.
En todos los casos, el objetivo es lograr explicar cómo la consciencia da cuenta de sí misma, cómo logra ese pliegue que nos constituye en seres humanos capaces de experimentar la realidad y al mismo tiempo, experimentar esa experimentación y operar sobre la realidad a través de la generación de una espiral virtuosa de cambios.
Esto es lo que entendemos, desde el diálogo y el espacio intersubjetivo, como coaching relacional.
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Autor:
Rogelio Diaz – Fundador de CDO Diaz & Consultores Asociados